"Sin amor no hay libertad, sino egoísmo que es el infierno."

aviso

Este blog no está recomendado para menores, así que tú mismo con tu mecanismo.

fin del aviso



11 de marzo de 2014

El gabardián de la guardina

Sebastina es una rufina
que está en una restorna
con Cristián que es un benjamián.

Ella devora con ojos de gavilna
al gurrumián, que mastica
una cruasna como si ná.

De pronto aparece una haragna,
inoportuna, de nombre Juna,
que se autoinvita y se aposenta.

Sebastina echa chispas y rabia,
trián y rechián,
mientras la intrusa parlotea.

El camarero llega, Juna está tiesa,
pide un plato con mucho de nada,
el camarero, anodián, vuelve al cocián.

Fabina, la chef, suspira,
el rutián matután le va fatal,
le entra un llantián repentián.

Se acuerda de su alazna,
finada por un peregrián,
así lo lleve una huracna.

En éstas asoma Josefián, su sobrián,
trae la albarna, le da propián,
él roba un sardián y de vuelta al cantián.

Allí, por Tetuna, está su vecián,
se llegan a la zaguna del concubián,
por si lo pillan en harián.

Pasan Marina y Marián
con un cartulián, para ña Florina,
que lleva el piscián.

Luego se bañan y juegan con Carolián,
el hijo de doña Florina,
siempre en el piscián, cual ondián.

A lo lejos suena un ocarián,
es la Adrina en el colián, bajo el encián,
que pasea a su gallián.

De repente silba una bumerna
y de poco no hace un escabechián,
aparece el Saturnián, que es un cretián.

Más allá queda la casa del celestián,
que lee la Corna tras el cortián,
hasta que llega la Julina y pide hablar.

Hay un campesián que la vuelve gelatián,
el viejo le ofrece quitar el espián,
pero prefiere un medicián que derrita al zagal.

Cruza una sedna, se adentra en el neblián,
para, sale una galna, con su gabna,
se le escurre el gomián, como en un sauán.

Aparece alguien, al sordián, blanquecián,
avanza, sin nada encima,
entra en la gabna, por debajo, tal cual.

Se descorre la bruma, canta el cardelián,
huellas desnudas se pierden en la espesura,
en el suelo la gabna, ahora de muselián.

la esperanta

La mofletuta ha dicho que espere aquí hasta que la avisen.
La sala es pequeña. Tres por cuatro o por ahí.
Paretes verte hospital, una ventana a un costato.
El sol entra abundante y baña el centro de la sala.
Una triste planta languidece enmetio, más muerta que viva.
Una fila de sillas cubre el perímetro menos esquinas y puerta.
Hay un hombre sentato en una de ellas. Un hombre raro.
Muy raro.
Ella se sienta y saluta educata.
El otro murmura algo incomprensible.
En el haz de luz flota polvo, mucho polvo.
Ella tose levemente, como un reflejo.
El ambiente está cargato.
Respira por la nariz.
Huele mal, huele muy mal.
Huele fatal.
Apesta a roña fétita, hedionta y nauseabunta.
El hombre, seguro que es el hombre.
Inmigrante, no falla.
Tiene unas pintas grotescas.
Lleva un turbante toto lleno de relojes de pulsera colgantes.
No lleva camisa, por el amor de dios.
Pero lleva tirantes, abarrotatos de trastos y cachivaches.
Otra especie de turbante le cubre sus partes.
Está descalzo.
Qué asquito, matre mía.
Su piel brilla grasienta y luce oscura, mugrienta.
Mueve los labios como si recitara algo.
Y éste qué pinta aquí, jesús del cristo.
Al poco termina su letanía.
Se hace un incómoto silencio.
Ahora la mira.
Su mirata es profunta, feral, hiriente.
Ella se turba y azora.
Busca en el bolso, se seca la cara con una toallita perfumata.
Hace calor, hace un calor insoportable.
Es mediotía.
Se oye a lo lejos el tráfico incesante.
Más cerca, alguien canturrea mientras trastea con cacerolas.
Ella quiere levantarse y abrir la ventana.
No se atreve.
Él está allí, justo al lato.
No quiere acercarse ni en sueños.
Ella se está poniento cata vez más nerviosa.
No se esperaba verse en una así.
Para nata.
Esto es insólito, parece mentira, no sabe qué hacer.
Él mueve su cabeza, despacio.
Pasea la mirata, con ojos itos, fijos, pegatos.
Como un robot, o un extraterrestre.
Ella se remueve en su silla, que cruje delatora.
El otro la mira.
Ella carraspea.
Le entra tos. Tose violentamente. Casi se ahoga.
Se le pasa el ataque. Poco a poco se recupera.
Está espantata, casi se desmaya. Allí, ante ese desconocito.
Qué horror, virgen santa. No quiere ni pensarlo.
Está sedienta, tiene un ansia inmensa, terrible, espantosa.
Daría lo que fuera por un trago de agua.
Se relame, pero su lengua está seca como el esparto.
No es mi tía, no.
El otro cierra los ojos.
Ella se destensa ligeramente, lo examina detenidamente.
Por si acaso.
Repasa sus rasgos. Sus extraños rasgos foráneos.
Esa piel tostata, curtita, arrugata, que duele con solo mirarla.
De dónte habrá salito el menta este.
El otro sigue con los ojos cerratos, pero empieza a respirar fuerte.
Despacio y ruidosamente.
Deeeeeeeeessssssss y rruuurruuurruuurruuurruuuruuu.
Es aterrator, parece un animal.
Ella agarra desgarradoramente su bolso.
Se siente al borte de la locura.
Esto no está pasanto, tiene que ser una pesadilla.
Por dios que me despierte ahora.
Pero el otro sigue y sigue con su siniestro ruito.
Ella quiere salir de aquí, escapar, huír corriento a toto correr.
Pero tampoco quiere ceter al pánico.
El dilema la atenaza por dentro.
No quiere perter su cita.
No va a renunciar por un pirato semejante.
Pero esto es insufrible, demencial.
Es una prueba. Tiene que serlo, no tiene otra explicación.
Sí, quizás, sí.
Se aferra a este pensamiento.
El otro no para, encima ahora dobla su cuello de un lato a otro.
Craaac, craaac.
Ella abre más y más los ojos, con incrédula expresión desquiciata.
De pronto, el hombre se levanta de golpe.
Ella da un bote y suelta un gritito.
Tiene el corazón que se le va a salir de un momento a otro.
Él se gira y abre la ventana.
Se asoma. Escupe a la calle.
Guarro, deste un quinto que estamos.
Se vuelve. Ella se encoje.
Él se pone a caminar.
Lentamente, va danto vueltas a la sala.
Por la ventana entra olor a polenta, que se mezcla con la pestilencia.
El tío desprente alguna especia o algo por el estilo.
Cata vez que pasa por su lato le llega una vaharata.
Que la ahoga y marea.
Se tapa la nariz con un pañuelo.
Sus ojos lagrimean.
Por dentro llora, grita y suplica a totos los santos del cielo.
El otro aumenta progresivamente sus pasos.
Acelera constante y pronto vuela a un ritmo increíble.
El turbante se le desenreta, su cabello ondula y se despliega.
Ocupa tota la sala a su altura, como un mar tenue y sedoso.
El otro turbante también se le desenreta.
Su miembro se sacute y bambolea.
Hechizante, hipnotizante.
Ella delira y jatea, no se sabe si de lujuria o recato.
Los efluvios la cautivan y embelesan.
Ya nata le importa.
Se escurre y se sacute, cual serpiente, al son de badajo cimbreante.
Toto se le impregna y se le mezcla.
Ya no sabe dónte acaba ni empieza nata.
Tan solo sintiento y entregándose.
Sintiento y entregándose.
Sintiento y...

SIGUIENTE!

las buenas formas

Fondo y forma van de la mano.
Pero hay que saber cómo.

Porque tú juegas un papel clave.

Se puede decir que estás en medio.
Interactúas y, según cómo lo hagas, se produce un resultado u otro.
Un mismo gesto puedes cargarlo positiva o negativamente.
Una misma forma puede tener para ti un fondo diferente.
El sol es el mismo para todos, pero cada uno lo ve a su manera.

Tu vida es a tu medida.

Las buenas formas es buscar estar a buenas con la existencia, conectar lo mejor posible. Tener en todo momento noción de pertenencia, la empatía con la vida. 

Porque cuanto hacemos retorna a nosotros, por caminos evidentes u ocultos.

La atención al detalle nos habla del grado de conciencia de cada persona. El valor y el significado de cada mínima parte se halla cuando nuestro ser relaciona, procesa y asimila cuanto contempla.

El bruto mira, el avisado ve.

La vida tiene unas propiedades que definen su naturaleza.
Hay un orden claro y específico. Nosotros estamos dentro y formamos parte de ese orden. Podemos colaborar o podemos oponernos, las consecuencias son proporcionales y adecuadas a cada caso.

Las buenas formas son condición indispensable de la vida.
Para la vida no es una opción, le es imperativo amparar y preservar su propia organización, pues de otro modo no puede ser.
Esta obligación solo se ve alterada, afectada o truncada si algún otro elemento o circunstancia de fuerza mayor se interpone o impide el correcto devenir.

Una madre sabe muy bien esto. Toda su voluntad es que su bebé se forme perfecto, completo, impoluto. Niquelao.
Esto es más que un deseo, es una obligación existencial, un profundo deber amoroso. Un tributo a la vida por el que estaría dispuesta a dar su propia vida si fuera necesario.

Y mira que este grado de compromiso depende del nivel de conciencia de la madre. Cuanto más despierta, más amorosa, más alineada con la vida, más sensible y atenta, más delicada y cuidadosa con lo sutil.

Ese mismo celo supremo debemos tenerlo, siempre, para todo.
La conciencia es en gran medida eso.
Lo cual es bastante paradójico, como todo en realidad.

El otro extremo es la basta insensible y ruda, incapaz de tener el menor detalle ni ternura para consigo ni su prole en camino. Alguien así es poco más que un ser brutalizado y obtuso, siempre lejos de comprender nada.

Hay pues un diseño que vertebra y articula la vida en todos sus aspectos y manifestaciones. Si osas quitarle piezas o magullar su armazón, ya las liao.
La vida se autosostiene, conserva y persevera mediante su perfecta estructuración. No se puede modificar la forma sin fastidiar la marcha del invento. Por eso hay que conocer y respetar sus cualidades. La vida se mantiene permanentemente fiel a su propósito, constante y estable en su función, vivaz y viviente.

No verás a tus pulmones decidir que ya se han cansado de ser pulmones y convertirse en otra cosa diferente.

La voluntad de continuidad de la vida es patente. Su coherencia e integridad son más que evidentes. Desde el principio de los tiempos ha sido así.
Para que ahora vengan cuatro espabilaos y te vendan la moto de que no, que las buenas formas no importan un carajo, que lo importante es hacer lo que nos dé la gana y que no pasa nada.
Qué tíos cachondos, y luego las desgracias que nos asolan por todos los lados qué son, mala suerte? casualidad? lo normal?

Lo que hay que oír.

Al considerar las buenas formas no has de quedarte en la superficie, debes hallar el sentido profundo tras cada gesto cotidiano, aunque no se te presente necesariamente preñado de significado.

Entiende que es tu disposición la que hace de tu circunstancia algo que te conecta y te participa de la vida y el universo.

Cada instante es una ocasión para la gratitud y la maravilla, para la comunión y la correlación, luminosa y cortés, cálida y sincera. Auténtica y genuina.

En fin, que conocer esto de la vida nos lleva a apreciar y amar cada vez más la vida. Y como resulta que somos seres vivos y nos debemos a ella queramos o no, pues oye, que igual vale la pena y todo.

Sin embargo, existe una corriente que quiere todo lo contrario.
Eso es un problema.
Porque han inyectado su veneno con gran disimulo. Tanto es así que nuestra cultura está seriamente distorsionada y equivocada en multitud de cuestiones y asuntos.

Vivimos una gran mentira. Y esa gran mentira se sirve de nosotros para crecer y aumentar su poder.

Sabes muy bien quiénes se cuentan en sus filas. Estamos hartos de verlos día sí y día también vomitar sus mentiras por los medios.

Esas son las cabezas visibles. Lo malo es que hay más, claro.
La madeja se lía tanto que es fácil encontrar gente de buena fe que acaba haciendo el trabajo sucio de los malvados.

Esto es muy lamentable y evidencia nuestra falta de conciencia.

No hará falta que te diga lo crucial que resulta ahora que tomemos contacto con la realidad y salgamos de la mentira.
El mundo gira y los tiranos van preparando sus recetas, que cada vez dan más muestra de hacia donde nos llevan. El tufo dictatorial empieza a asomar de mala manera, si es que alguna vez se fue.

Esos enredos los vemos lejanos y nos creemos que no van con nosotros. Gravísimo error, sin duda. No podemos desatender ninguno de los ámbitos y dimensiones que suponen la vida.

Las estructuras de mando están montadas de tal manera que casi no podemos ni asomarnos. El poder se cuida mucho de que así sea, pues le va en ello su lucro y negocio.
Es complicado abordar ese entramado distante y remoto.
El truco está en tu poder de decisión.

Es tu vida la que debe ser conforme a tu conciencia y valores. La consecuencia vendrá según la calidad de tus decisiones.
Igual llegue un día en el que veas caer definitivamente a los parásitos, o igual no. Lo principal es que cada una de tus acciones y omisiones den lo mejor de ti mismo y sirvan a tu más elevado ideal.
Busca la idoneidad dentro de ti, que tu esencia sintonice y concuerde con el ahora totalmente. Encuentra y abraza la quietud, el silencio, la serenidad, la templanza. Habita el nirvana.

Tu maestría se forja en tu entorno inmediato. Sé soberano de tu tiempo y espacio. Sean cuales sean las circunstancias.
Puedes estar en prisión y no ser prisionero. Y al revés.

A lo que iba es, que una cosa que se ha de entrenar y desarrollar es la atención al detalle.
El infierno se pinta con brocha gorda y el cielo solo se alcanza mediante la exquisitez y excelencia.

La más grande lucidez es supersensual. Amas la vida y vives el amor con especial intensidad y dicha. La belleza se te revela, la elegancia te alberga, la gracia te acompaña. El equilibrio, la armonía, la dulzura se instalan dentro de ti y ya no te abandonan.

Pero todo esto solo llega si tú haces que así sea. De ti depende. Eres tú quien crece y se perfecciona para poder acceder a eso.
La virtud está en todos nosotros. Manifestarla permanentemente es lo que diferencia al maestro del aprendiz.

Es mucho lo por pulir. El estudio y la reflexión son necesarios. Has de alcanzar honda comprensión de la vida a todos sus niveles y escalas. Saber conectar y relacionar los distintos reinos y órdenes.

A través de cada información y experiencia vas conformando tu arteciencia. Cuanto más entrenes y más adecuada sea tu disposición y actitud, mejor será tu entendimiento. Sabrás ampliar y actualizar tu visión, dinámica y constantemente con lo más atinado y relevante. Holística, integrativamente. Podrás hilar fino y hilando fino vislumbrarás lo inefable.

En el comportamiento humano hay un gran campo para ejercitar nuestra capacidad de apreciación multidisciplinar.
Especialmente estando rodeados como estamos de perturbados de inclinaciones perversas.

El prototipo del hombre de nuestro tiempo es el psicópata.
El sistema ha desembocado en la instilación de unos valores, hábitos y conductas totalmente patológicos.

Todos tenemos un lado alienado y desquiciado al que damos salida, o no, de distintas maneras.

Lo que hay que comprender es que bajo todo eso laten unas heridas que el contexto o el entorno han podido propiciarnos.
Por eso el conocimiento de uno mismo es tarea ineludible y esencial.

Es a través de la toma de conciencia de esos percances y sus consecuencias que podemos reparar, atenuar y subsanar nuestro daño y por consiguiente los posibles daños a terceros que pudiéramos ocasionar o haber ocasionado.

Es muy interesante ver cómo transmitimos aquello que no somos capaces de procesar por nosotros mismos. Somos nodos dentro de una red social, y cuando un nodo se enfrenta con una dificultad a la que no puede dar solución, la comparte con los demás, voluntaria o involuntariamente, y a través de la reacción de los otros tiene una nueva oportunidad para darle justo acomodo.

Esto se produce de diferente modo según nuestra madurez y grado de lucidez. A los más despiertos les basta con un breve intercambio de pareceres, o ni siquiera eso. Los dormidos se enredan y le dan vueltas y vueltas a todo sin encontrar nunca una salida. Y los más brutos funcionan a base de gritos, porrazos, calamidades y tormentos.

Luego, además del nivel de interacción, está la calidad de la intención. Ahí es donde los valores de cada cual se traducen en gestos y acciones. Ahí es donde se ve si hay veneno o hay amor en el corazón del sujeto en cuestión.

Es fácil identificar a los malignos. No hay luz bajo su piel, no hay halo sobre su cabeza. Tan solo podredumbre y tiniebla enmascaradas, incipientes o avanzadas.

Más concretamente, el comportamiento y las palabras evidencian lo que cada uno lleva dentro.

El mal se caracteriza por pretender constantemente romper el orden de la naturaleza, salirse de la norma vital, distanciarse, separarse, diferenciarse, aislarse.
El mal desdeña la vida, la aborrece y desprecia profundamente, no reconoce en ella virtud ni mérito alguno.

El mal ve lo que le rodea de una manera totalmente descarnada, desalmada. No sorprende que su mentalidad sea entonces completamente materialista y egoísta. Ni que su cultura engendre modelos, historias y ejemplos totalmente enfermos.

El mal solo obedece una ley, la suya, solo rinde culto a una cosa, a sí mismo. No tiene respeto ni siente empatía por nada ni nadie.

El mal quiere que los suyos sigan su camino. El típico padre que regala un corderito del que se encariña el niño, para luego sacrificarlo (al cordero) y comérselo en un banquete.

Así cercena y siega la bondad, transmite su visión cruel e inicia la acumulación de veneno en la víctima.

El mal siembra muerte allí donde posa su mano. Busca fuera lo mismo que lleva dentro.

En realidad es bastante difícil ser verdaderamente malo, las más de las veces lo que se da es una enorme falta de conciencia, un ir arrastrando problemas sin solucionar a los que se busca alguna salida como sea. Un cúmulo de traumas, complejos y miedos que no permiten otra escapatoria.

Alguien que se comporta como un psicópata no quiere decir que lo sea, aunque si persiste en su comportamiento tal vez acabe siéndolo, para su desgracia y la de aquello o aquellos a los que alcance.

Esto es importante tenerlo en cuenta, pues si nos dedicamos a proyectar juicios severos no estamos avanzando realmente y aún corremos el riesgo de llevarnos por el mal camino sin quererlo.

Los gestos psicópatas son aquellos que alteran a quien los recibe, aquellos que desequilibran y trastornan, los que te producen y trasladan una herida, similar a la que porta quien así te trata.

Su gravedad o duración varía ampliamente. Desde el inocente susto sorpresa, al choque traumático que te deja marcado de por vida, si no te la quita por entero.

La palabra que mejor lo define es Transgresión.
Podemos decir que el psicópata se dedica a violar la vida con cada acción que emprende. Se recrea y se deleita en su afán destructor.

Tanto si es premeditado como instintivo, se sirve de y explota todos los puntos débiles habidos y por haber.
Por ejemplo, un simple apretar el cuello a otra persona por detrás, o por un lado, provoca una alarma, pues el cuerpo reacciona cual si expuesto a las fauces de una fiera.

El abusador busca descolocarte, interfiere en tu fluir y se sitúa en una posición dominante. Somete y manipula. Violenta y fuerza. Soterrada o manifiestamente.

El miedo le obliga a procurar tener siempre el control. No concibe ni soporta la noción de igualdad. Para él la jerarquía es sagrada y trepar es su máximo mandato. Mandar sobre otros le es absolutamente necesario, incluso cuando su situación no es la adecuada.
Ser traidor a la vida te condena a no poder confiar en nada ni nadie. Te empuja al conflicto continuo. Agotador y extenuante.

Para él la vida es una lucha sin cuartel contra todo y todos, una competición interminable. Si lo piensas, es muy jodido adoptar ese rol. Nadie en su sano juicio se metería ahí por propia voluntad.

La vida nos hace de espejo. Si guardas veneno, vives en el infierno.

Otra forma de identificarlo es mediante su noción de belleza. Pone por las nubes lo más contrario y opuesto a la naturaleza, lo más estéticamente deforme y moralmente aberrante.

Incluso aunque en apariencia no lo parezca. Por ejemplo, las canciones que suenan por la radio. Suenan bien, pero sus letras son invariablemente enfermas. Propagan un amor desgraciado. El oyente desprevenido interioriza el mensaje y poco a poco instala en su mente ese programa. Cada canción que escucha refuerza la ruta desdichada, el camino que tarde o temprano acabará experimentando en su propia vida.
Tan inocente y tan perverso a la vez.

Esta es la triste consecuencia de vivir sin conciencia.

Insisto, se ha de estudiar todo esto, no para ir juzgando a diestro y siniestro, sino para poder reconocer esos matices en nosotros mismos y en cuanto nos rodea. La clave es la conciencia. Tener presente cada detalle, y el significado o valor que contiene o puede contener, te permite darle su justo lugar e importancia.  

La inteligencia también es importante. Y la voluntad.
Si conjugamos adecuadamente nuestras cualidades, tenemos una noción apropiada y podemos interactuar con la vida buenamente.
Entonces y solo entonces se da el amor y el respeto.

Pero, dado nuestro contexto, nos vemos inmersos en una absurda competición grotesca. Nos atropellamos en una lucha desesperada hacia el abismo. Asumimos subterfugios, tretas y estratagemas indignos y dañinos con tal de despuntar y medrar.

La irreverencia se explota como medio para destacarse, pues es muy fácil llamar la atención con la insolencia. Pero esa vía trae malas secuelas.
Si no eres consciente del mensaje subyacente que envía tu subversión, estás tirando piedras contra tu propio tejado. Probablemente a corto plazo tu egoísmo se verá compensado, pero a la larga ser vehículo del mal te pasará su debida factura.
Si eres consciente y aun así insistes en prosperar al servicio del mal, pues qué quieres que te diga, ya sabes lo que te espera.

Lo importante es ser coherente y responsable. Y aprender verdaderamente, porque la cosa se complica conforme vamos abriendo el foco.

Es fácil evaluar estas cosas a nivel personal, pero hay más a considerar.
Somos una gran familia y estamos distribuidos por ramificaciones a lo largo del tiempo. Y tal vez nuestros asuntos tienen cierta continuidad generacional. Los deseos del abuelo se realizan en la vida del nieto. Tomamos el relevo y asumimos como propios metas y proyectos que nos vienen de lejos.

Vamos de un extremo al otro porque aún no hemos aprendido a manejarnos en equilibrio, en armonía, teniendo en cuenta todo.
Tras la represión viene el desmadre.

Todos nuestros conflictos se resumen en uno. Falta de conciencia, que resulta en falta de respeto, que resulta en imposición, que resulta en rebelión, que resulta en sometimiento, que resulta en insurrección, que resulta en doblegación, que resulta en sublevación, y así hasta el infinito.

Se trata pues de comprender que para ser libres debemos respetar al prójimo y cuanto nos rodea.
Pero esto no es nada fácil, pues vivir en sociedad nos hace asumir códigos de conducta y demás. Códigos que no sabemos actualizar ni adaptar a nuestro propio ritmo y medida.

No sabemos mantener el consenso. Permitimos que los malvados usurpen y asuman el mando.

Debemos retomar y recobrar nuestro compromiso conjunto y compartido, porque aquí los colegas psicopatillas están pegoteando, como dicen los de allende, el mundo con su brocha gorda y esto es cada vez más el infierno que a ellos les gusta y quieren.

No tienes más que ver las guerras que nos preparan.

Las leyes que dictan son gruesas y falaces como ellas solas, nos meten a todos en el mismo saco. El saco de los esclavos a explotar y exprimir. Nos castigan sin motivo, porque sí. Te ha tocado, estás abajo, pues a joderse y a callar. Más suerte en la próxima vida, pringao.

Y lo malo no es eso. Lo malo es que la ley del péndulo no funciona por sí sola, por arte de magia. Para que el mal bandee y resulte en el bien hace falta que las personas tengan conciencia y se ocupen de realizar el cambio.
Si no hay conciencia, la oscilación nos llevará a otro extremo que seguirá siendo malo. De mal en peor, como se suele decir.

Porque la calidad de la intención determina el nivel de realización.
Ascendemos o descendemos según de despiertos o borregos nos comportemos.

Conciencia, respeto, consenso, felicidad. Todo está ligado.
No puedes abrazar una cultura materialista y descreída y pretender escapar a las consecuencias que de ella se derivan.

Sin una idea de trascendencia todo es vacuo e inhumano. Todo es pesadilla y truculencia. Y la muerte ya ni digamos.

Y el sexo ya ni digamos también.
El sexo es un buen termómetro para medir la conciencia. En las formas y maneras con que se practica se ve el grado de maldad o bondad que hay en cada cual.

El nivel de agresividad y violencia habla muy a las claras. El nivel de perversión y morbosidad testimonia lo malsano de sus participantes.

Hay pues que fijarse bien y tener cuidado. Prestar atención a todo lo que hacemos y por qué lo hacemos. A ver si por querer ir de guais estamos adoptando hábitos, gestos y valores nocivos que nos encaminan a la ruina.

A ver si por tontos no sabemos ni lo que hacemos.

Es fácil, no hay más que fijarse. Y mirar en la dirección adecuada.
Si tu deseo es verdadero la vida te guiará.

Amar la vida es amar la verdad. Amar de verdad.
Observar las buenas formas es obrar con proporción, mesura, sentido de la oportunidad. Distinguir lo que procede. Con don de bienhacer.

En resumen, que ojo al dato.

PD:
Hombre, tiene narices que todo esto lo diga alguien que se permite todo tipo de juegos formo-lingüísticos.
Cierto es, no pretendo ser una excepción. Soy consciente, en la medida de mi capacidad, de las posibles implicaciones que pueden acarrear algunas modificaciones formales y algunos contenidos.

Sin embargo, buena parte del resultado depende también del lector y cómo acoja y procese cada texto.
La intención es determinante, tanto para el lector como para el creador. Para el creador en mayor medida, pues es el responsable de la obra, desde luego.

En mi caso, cuando creo no persigo ningún mal, cuido y pongo cada vez más atención a estas cuestiones. Así que creo que mis creaciones pueden disfrutarse y apreciarse sin mayores repercusiones. Otra cosa es que lo complique un poco demasiao a veces, jeje.

Tal vez esto sea un periodo transitorio, una fase pasajera. Que quizás con el tiempo, así lo espero, dé paso a un cada vez mejor uso y empleo de los recursos, acorde a mi crecimiento personal.

En pocas palabras, que mi conciencia y tu conciencia están aquí para entrenarse. Si lo hacemos bien lo notaremos, y si no también, pero menos.

Lo dicho, darnos cuenta, poner cuidado.